A mediados del año pasado, tuve la oportunidad de participar en un curso online que resultó ser muy revelador para mí y me regaló un discernimiento muy significativo que me sigue resonando aún luego de varios meses. En uno de los módulos del curso, se habló acerca de las condiciones internas que movilizan a los seres humanos a actuar o no. Luego de cierta reflexión, me di cuenta de que el miedo ha sido una emoción muy potente y constante a lo largo de mi vida, que opera a un nivel no del todo consciente, pero que influencia marcadamente muchos de mis comportamientos y decisiones del día a día. El miedo está conmigo a la hora de trabajar, de criar a mis hijos, cuando salgo de la casa, cuando manejo el coche, cuando realizo una transacción, en fin, su presencia está muy extendida en casi todas las esferas de mi vida. De hecho, cada vez que tengo que escribir estas palabras para luego compartir, siento temor y tiendo a postergarlo (de hecho, este escrito es mi enésimo intento). Me doy cuenta de que mis hábitos de evitación y procrastinación están estrechamente relacionados con el miedo. En definitiva, debo confesar que mi sistema operativo habitual es el miedo.
Esta revelación me visita en un momento de mi vida que gracias a mi práctica personal de Atención Plena, me permite acercarme paulatinamente a mi miedo en vez de reaccionar con aversión, resistencia o intentar ignorarlo o suprimirlo. Por experiencia de décadas, sé que estas estrategias de lucha y eliminación no funcionan, es más, tienden a reforzar e intensificar esta emoción. En base a mis aprendizajes, puedo intentar comprender la función del miedo y de sus numerosas variantes, como la ansiedad, preocupación excesiva, inseguridad, dudas, falta de confianza en uno mismo, etc. Entiendo que es simplemente una emoción que tiene una noble intención y que cumple la función de transmitirme el mensaje de que me proteja ante posibles peligros. Por ende, mi tarea consiste en poder discernir cuándo es necesario y útil hacerle caso a mi miedo y en qué circunstancias esta emoción me limita y me impide evolucionar, cuándo soy un prisionero atrapado en las garras del miedo. La Compasión es el Antídoto para relacionarme con el Miedo que siento En esos momentos en donde el miedo no se justifica, pero aún así resulta paralizante y genera reacciones desagradables en mi cuerpo, mente o en mi conducta, puedo empezar a tomar pasitos de bebé para acompañarme con compasión. La práctica del Mindfulness nos enseña que en un evento difícil podemos tratarnos a nosotros mismos tal como lo haríamos con un ser querido en una situación similar. Entonces, me puedo formular las siguientes preguntas, las cuales me pueden dar una idea de la dirección a seguir: ● ¿Cómo le trataría a un ser amado que estuviese pasando por un episodio de mucho miedo similar al mío? ● ¿Qué palabras, gestos o acciones utilizaría para aliviar su temor? De ese modo, puedo ir explorando las respuestas que van surgiendo a estas interrogantes y así, ir contemplando las diferentes opciones de cómo afrontar lo que me sucede que nacen de una visión más compasiva y no del el pánico, la reactividad o la resistencia, aprendiendo a convivir con el miedo que siento con paciencia, tolerancia y benevolencia. Por último, me conecto con nuestra humanidad compartida, reconociendo que el miedo no es una emoción exclusivamente mía, sino que forma parte del espectro de experiencias que tenemos todos los seres humanos. Miles de millones de personas sintieron, sienten y sentirán temor a lo largo de sus vidas. Con esto en mente, mi perspectiva cambia y hace que deje de tomarme esta cuestión de forma personal, pues recuerdo que "No Estoy Solo" o mejor dicho "No Estamos Solos". Paradójicamente, al conectarme con mi miedo de este modo, comienzo a experimentar una valentía que me sorprende y puedo percibir destellos de un nuevo modo de ser, actuar y vivir.
0 Comentarios
|