Desde que tengo memoria, la ansiedad ha sido parte de mi vida y en sus momentos más intensos llegué a tener ataques de pánico. Quizás, pertenezco a un sector de la población que está “genéticamente” predispuesto a experimentar más ansiedad de lo habitual. Me doy cuenta de que una parte considerable de mi actividad mental gira en torno a preocupaciones sobre el futuro: trabajo, familia, salud, dinero, etc. Estas preocupaciones luego me generan nuevas preocupaciones, miedo, tensión, taquicardias, malestar, insomnio. En fin, un ciclo que se repite una y otra vez.
Por mucho tiempo, sentirme así me generaba aversión, ya que los efectos que sentía eran muy desagradables. Estaba convencido de que mi ansiedad era algo malo, un enemigo contra el cual tenía que luchar, un círculo vicioso que tenía que eliminar de mi vida. Mi lógica me decía que tenía que encontrar una solución, una manera de dominarla. Era imperativo buscar un cambio. Como consecuencia, he intentado muchas estrategias y técnicas a lo largo de mi vida para tratar de ignorar o deshacerme de mi ansiedad, pero sin mucho éxito, pues a pesar de todos mis intentos y buenas intenciones, la ansiedad persistía o incluso aumentaba. Nada parecía funcionar. Hasta que encontré la práctica del Mindfulness (o tal vez, ella me encontró a mí, ¿Quién sabe?) y de a poco mi relación con la ansiedad empezó a cambiar. Me di cuenta de que mi reacción cuando me visita la ansiedad es lo que definitivamente hace la diferencia. Con el paso del tiempo, empecé a comprender que luchar o tratar de deshacerme de mi ansiedad no era la manera más efectiva de gestionarla, ya que requiere de un gran esfuerzo que te absorbe mucha energía mental y te agota. A lo largo de estos años de práctica personal, he aprendido que no hay problema si me visita la ansiedad. Ella es una emoción que forma parte de la vida y que todos los seres humanos experimentamos en algún momento. A través del Mindfulness, puedo relacionarme con mi ansiedad cultivando una actitud de curiosidad, aceptación y compasión. Incluso, puedo amigarme con ella, explorándola con ecuanimidad e intentando conocer el mensaje que me quiere transmitir, pues como cualquier otra emoción simplemente cumple una función, que en su caso es de advertirme de posibles peligros y amenazas que podrían aparecer en el futuro para que yo pueda protegerme. Por otra parte, también comienzo a discernir cuando mi ansiedad realmente no se justifica o si la sobredimensiono. En ese sentido, cuando me surge una preocupación catastrófica sobre el futuro, puedo reconocer que solo es un pensamiento perturbador, un evento mental que aparece y que eventualmente desaparece, como las nubes que cruzan el cielo. Acepto que ese pensamiento ya está ahí y en la medida de lo posible, trato de contemplarlo, sin reaccionar ante él. No hay necesidad de identificarme con ese pensamiento, puesto que ese pensamiento no soy yo ni me define. Progresivamente y con mucha paciencia, voy aprendiendo a hacer las paces con el hecho de que mi mente tiende a preocuparse frecuentemente y que mi manera de reaccionar cuando detecto un pensamiento perturbador determina lo que sucede posteriormente. Si reacciono con resistencia al pensamiento, mi ansiedad persiste; Si me aproximo con atención plena, la ansiedad no resulta tan abrumadora y se disipa eventualmente. No pasa nada si dejo que mi ansiedad me acompañe. Así, la aversión que sentía hacia ella, poco a poco, se va transformando en tolerancia y aceptación.
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